Busco la palabra limpia, hermosa y eficiente
Conversación con Oneyda González By María Antonia Borroto Trujillo
Esta entrevista, motivada por la aparición del libro Seres en el borde –conjunto de ensayos editado por la Editorial Ácana– va de la literatura a la vida y viceversa, pues a fin de cuentas la literatura no basta para explicarse a sí misma. Como la vida poca cosa es sin la literatura. Este principio, que creo de validez universal, es más vehemente en esta camagüeyana, autora además del poemario El camino de Bárbara (Editorial Ácana, 1998), de la novela Las cinco y una noches (Editorial Oriente, 2003) y de los volúmenes aún inéditos “El superexpreso” y “Cuentos claros”.
Borroto: Recuerdo que la tertulia “Invitación a la lectura”, conducida por ti en la Biblioteca Provincial Julio Antonio Mella, estuvo dedicada en una ocasión a Severo Sarduy. Allí nació la idea de convocar a un grupo de escritores e investigadores a propósito de la obra del autor de Cobra. Fue, de hecho, el inicio de un arduo trabajo que conduciría al libro Escrito sobre un rostro. Contado así, parece casual tu vinculación a esa figura de las letras universales. ¿Es exactamente así?
Oneyda: Me alegra muchísimo que recuerdes “Invitación a la lectura” de esa manera. Creo que es el espacio de confluencia social más interesante en el que me haya mezclado –y mira que defiendo esa veta de animadora cultural, todavía muy activa en mí. Pero creo que a esas alturas había logrado discernir lo que buscaba, y sobre todo lo que era más útil. Debe ser la razón de que arrastrara en la demanda a muchos artistas e intelectuales. Primero que todo, al hecho de la reunión inteligente, tan amable al Camagüey, y por momentos, perdida.(1)
En esa red cayeron una serie de personas que resultarían imprescindibles para la concreción del proyecto de redescubrimiento de Severo Sarduy en su ciudad. Es definitivamente una feliz coincidencia. Ahora, pienso que no fue tan azaroso, o tal vez lo fuera sólo en el sentido del “azar concurrente”. La propuesta nació de la voz siempre lúcida del ensayista Juan Antonio García Borrero, quien como otros, acudió esa noche a la Biblioteca movilizado por el afán de hacer algo por la “ciudad simbólica”. Él hizo la señal, pero había una inquietud latente rondando aquella sala, y es muy probable que desde alguna parte, la simpática imagen del escritor nos estuviera llamando. Fue clave, obviamente, que esa noche nos acompañara Araceli Aguiar Blanco, Directora del Centro del Libro, quien podía prometer y cumplir con la publicación de un libro como ese.
Otro hecho hasta cierto punto enigmático, afloró por entonces. El estudio de la obra de Severo Sarduy era uno de los temas con que el Departamento de Investigaciones de la institución había contraído una vieja deuda, que ya parecía impagable, y que de este modo sería saldada. Lo primero que leí fue La simulación. Había caído en mis manos gracias a una amiga, aunque sólo por unos días. Era difícil encontrar algún texto suyo, pero tuve la suerte de que Víctor Fowler (a quien había conocido en un Taller de Crítica Cinematográfica) me enviara Escrito sobre un cuerpo. Yo misma no podía imaginar que en la Sala de Fondos Raros y Valiosos pudieran encontrarse dos de sus novelas: Gestos y Cobra. El día que lo descubrí me sentí muy feliz y puedo recordar nítidamente el asombro que provoqué en las otras bibliotecarias. Es bastante extraño que estuvieran allí estas ediciones realizadas en el extranjero porque no estaba, por ejemplo, la edición que Letras Cubanas hizo de su novela De donde son los cantantes. Aún más, rareza de rarezas, un tiempo después conseguí un ejemplar de esa edición con el cuño de Bibliotecas Escolares. Me pregunto si por aquella fecha, 1995, alguien estaría pensando introducirla en los programas de primaria y secundaria. Pero me voy del tema hablándote de esas exploraciones que precedieron a la susodicha tertulia. La cuestión es que Araceli se dejó provocar por nuestro entusiasmo, y yo salí en busca de autores que tuvieran algún texto, o que quisieran escribir para el libro. Al final quedaron recogidos los que trabajaron gustosamente, y tenían algo significativo que aportar, aunque faltaron nombres que siempre extrañaré.
Borroto: ¿Qué significó para ti, en tanto narradora y ensayista, preparar Escrito sobre un rostro? ¿Ha cambiado tu relación con Severo Sarduy en estos años?
Oneyda: Yo no sé muy bien si soy una ensayista, así que es difícil responder a esa pregunta. De lo que estoy segura es que soy una curiosa, y una vez metida en un camino intento aventurarme hacia lo ignoto. En el trabajo introductorio busqué sobre todo entender a Sarduy en su universo de origen: Camagüey. En el amasijo de palabras que cierran el volumen Escrito sobre un rostro, quise construir una narración coral de su vida aquí, de modo que se completara la propuesta del texto introductorio. Pero es una narración que se empeña en mostrar el debate vislumbrado por mí a través de quienes lo conocieron durante su infancia, adolescencia y juventud. Ya allí empezaba la divertida mimesis. De ahí el título de esa parte, que es el de la compilación, expresamente paródico. En cualquier caso Severo fue una revelación tan contundente que todavía me dura. He tratado de entenderlo, he conseguido acercarme a algunas zonas de su pensamiento, y es tan escurridizo que siempre me invita a volver para, de pronto, comprobar que la visión pudo ser otra. Así que en tanto ensayista, si yo lo fuera, es una de las más grandes atracciones que he tenido, porque desentrañarlo es oficio arduo, y eso me incita. En tanto narradora, es un verdadero desafío, porque su trabajo sigue un recorrido tan abigarrado, que aunque me pierda, gozosa, aunque me convide a esa lucidez que puede conseguirse en pocos territorios del género cuando se los frecuenta; no puedo ni quiero arriesgarme en semejante empresa. Apenas dialogo, me divierto y aprendo, que ya es bastante tener su buena compañía. Pero desde entonces hasta hoy creo que ha cambiado mi relación con él: antes no nos conocíamos, y ahora supongo que sí.
Borroto: Creo que de modos también azarosos llegaste a Teresa de la Parra. ¿Qué de seductor hay en ella que un encargo pasajero se ha tornado asunto de meditación por un buen tiempo?
Oneyda: Tienes razón, a Teresa de la Parra llegué por demanda de otros. En este caso, diría incluso, que de manera más propiamente azarosa: alguien recomendó que yo era quien podía hablar de ella en Camagüey, pienso que sin tener idea exacta de cuánto yo la conocería. Acepté, y hoy se lo agradezco. Me obligó a indagar más profundamente en su obra. Creo que esa intuición pudo fundarse en las apariencias. Ya había empezado a trabajar con la Avellaneda, y debió suponerse que toda mujer escritora habría de interesarme. Por supuesto que así es, pero no tan sencillamente. Creo que hay mucho de fascinante en Teresa de la Parra. Su narrativa se plantea algunas de las interrogantes que yo venía haciéndome. Su vida y su obra asumen una rebeldía que me aleccionan en más de un sentido. Lo mejor de esa rebeldía, ¡maravilloso hallazgo!, es el modo sutil, inteligente, verdaderamente ilustre de encausarla. En ese sentido fue madurando sus ideas convenientemente, al tiempo que las ponía en la literatura, las movía de un género a otro y, volviéndose incluso rizomática, variada, múltiple, adelantaba muchos de los juegos y transgresiones que han tenido lugar en la literatura posterior. Pero insisto, con sutileza, y por tanto, como al natural. Bueno, eso es lo que parece, porque cuando se lee con cuidado puede notarse lo responsable que fue con el valor de la palabra, y la re-presentación que con ella hacía. Todo eso indica que estaba muy despabilada en ese juego, porque es bien sabido lo que cuesta a un escritor dar una apariencia “natural”.
La médula de esa búsqueda suya vino a confluir con las mías. Se encuentra en Ifigenia, un mito antiguo reelaborado para ofrecer al hombre de su época una superposición de máscaras tan intercambiables y paradigmáticas como para que sigan siendo ajustables a nuestro momento. Ifigenia y/o Artemisa son la misma y son opuestas. Artemisa es la deidad belicosa de los griegos, Ifigenia la muchacha sacrificada en virtud de la guerra; pero el imaginario de entonces ya empezó a tomar a una por la otra, hasta llegar a confundirlas. Teresa de la Parra lo advierte y lo toma como emblema. Su Ifigenia es una rebelde sacrificada o una sacrificada rebelde. Los seres humanos somos alguna vez idénticos y alguna vez extraños, peregrinos dentro del mismo ser. Eso es merecedor de mucha atención y puede ser útil para superar las intolerancias de toda índole, que unas veces sufrimos, y que otras tantas protagonizamos.
Por último, creo que las instituciones y los seres humanos que las guían (dígase editores, profesores o expertos) despliegan una labor de orientación, que es también necesaria. Apelo nuevamente a Severo Sarduy. Alguna vez dijo que su creación dependía casi en absoluto de solicitudes de otros. Seguramente exageraba para fastidiar, pero lo cierto es que en el ámbito teórico, muchas veces funcionamos porque alguien viene a movilizarnos desde afuera. Así me pasó también con la Avellaneda. Yo estaba proponiendo a los tutores de mi tesis de maestría un estudio sobre el guión cinematográfico en Cuba, y ellos sugirieron un tema, que a su juicio me iba mejor: un estudio de género sobre la más destacada poetisa camagüeyana. Sólo ahora, que han pasado algunos años, pude terminar el trabajo que escogí para entonces: “Polvo de alas”, el libro sobre el guión. Una intenta hacer muchas cosas, y consigue esas, u otras, más o menos buscadas. Lo que importa es poner, incluso a esas que no escogió, en el camino propio.
Por último, creo que las instituciones y los seres humanos que las guían (dígase editores, profesores o expertos) despliegan una labor de orientación, que es también necesaria. Apelo nuevamente a Severo Sarduy. Alguna vez dijo que su creación dependía casi en absoluto de solicitudes de otros. Seguramente exageraba para fastidiar, pero lo cierto es que en el ámbito teórico, muchas veces funcionamos porque alguien viene a movilizarnos desde afuera. Así me pasó también con la Avellaneda. Yo estaba proponiendo a los tutores de mi tesis de maestría un estudio sobre el guión cinematográfico en Cuba, y ellos sugirieron un tema, que a su juicio me iba mejor: un estudio de género sobre la más destacada poetisa camagüeyana. Sólo ahora, que han pasado algunos años, pude terminar el trabajo que escogí para entonces: “Polvo de alas”, el libro sobre el guión. Una intenta hacer muchas cosas, y consigue esas, u otras, más o menos buscadas. Lo que importa es poner, incluso a esas que no escogió, en el camino propio.
Borroto: En gran medida tu vida ha estado marcada en los últimos años por el estudio de Gertrudis Gómez de Avellaneda. ¿Hasta qué punto la crees, tanto a ella como a su obra, vigente? Dicho de otra forma, ¿estudiar a la Avellaneda hoy es hacer arqueología literaria?
Oneyda: La vigencia de la Avellaneda se localiza sobre todo en su pensamiento. Fue una mente libre, y ansiosa por liberar otros espíritus. Puede verificarse ampliamente en las resonancias que dejó. El tema principal de su escritura es la marginación social, y es difícil encontrar uno de mayor actualidad. A diferencia de lo que se cree (que trató únicamente la marginación de la mujer); es bueno recordar que se ocupó de la marginalidad del esclavo, del bandido y del artista. Este último una verdadera excepción, incluso hoy, donde pocas veces se focaliza al artista como un ser extraño dentro de la sociedad. Salvo excepciones tan distinguidas como Memorias del subdesarrollo, de Edmundo Desnoes.
Esas obsesiones reaparecen a través de toda su obra. Por eso ayudan tanto los textos concebidos hasta hace poco como extraliterarios, y a estas alturas reconocidos no solo como ficción, o como narrativa, sino entendidos como reconstrucción de percepciones de un mundo (el suyo); lo que a la larga les da estatuto de relato, y, por tanto, de literatura. Pero aún siendo útiles en ese sentido aquellos textos que el canon ubicó en el margen –me refiero sobre todo a las cartas–, lo son también su celebrada poesía, su narrativa, o su muy exitosa literatura dramática; espacios desde donde se puede entender mejor la permanencia de sus temas en la vida contemporánea.
Entonces, leer a la Avellaneda es, sin lugar a dudas, una buena experiencia arqueológica. Lo que no hay es que verlo con matiz peyorativo. ¿Qué sería de la civilización y de su visión de futuro, si no hubiera mirado atrás, si no tuviera un pasado más o menos noble hacia dónde volver los ojos? Por otro lado, viene bien recordar que una obra nunca es para la posteridad lo que fue para sus contemporáneos. Las formas en que se construye la literatura, han de cambiar naturalmente, para bien de la expresión exacta de una época; pero las disidencias que tengamos con esas formas, no pueden hacernos olvidar otros valores. Claro, esto sucede cuando la obra en cuestión es seleccionada entre la inmensidad de producciones que le son contemporáneas. La obra de la Avellaneda fue seleccionada. No me parece un error de su época, ni creo que trascender en el momento en que se escribe, sea algo insignificante.
Esas obsesiones reaparecen a través de toda su obra. Por eso ayudan tanto los textos concebidos hasta hace poco como extraliterarios, y a estas alturas reconocidos no solo como ficción, o como narrativa, sino entendidos como reconstrucción de percepciones de un mundo (el suyo); lo que a la larga les da estatuto de relato, y, por tanto, de literatura. Pero aún siendo útiles en ese sentido aquellos textos que el canon ubicó en el margen –me refiero sobre todo a las cartas–, lo son también su celebrada poesía, su narrativa, o su muy exitosa literatura dramática; espacios desde donde se puede entender mejor la permanencia de sus temas en la vida contemporánea.
Entonces, leer a la Avellaneda es, sin lugar a dudas, una buena experiencia arqueológica. Lo que no hay es que verlo con matiz peyorativo. ¿Qué sería de la civilización y de su visión de futuro, si no hubiera mirado atrás, si no tuviera un pasado más o menos noble hacia dónde volver los ojos? Por otro lado, viene bien recordar que una obra nunca es para la posteridad lo que fue para sus contemporáneos. Las formas en que se construye la literatura, han de cambiar naturalmente, para bien de la expresión exacta de una época; pero las disidencias que tengamos con esas formas, no pueden hacernos olvidar otros valores. Claro, esto sucede cuando la obra en cuestión es seleccionada entre la inmensidad de producciones que le son contemporáneas. La obra de la Avellaneda fue seleccionada. No me parece un error de su época, ni creo que trascender en el momento en que se escribe, sea algo insignificante.
Borroto: Noto cierta tendencia por parte de algunos a asociarte con los estudios de género y hasta con el feminismo. ¿Se trata realmente de un equívoco? Si así fuera, ¿a qué atribuyes tal confusión?
Oneyda: Mira, realmente creo que me asomé y aproveché lo mejor que pude algunas ideas de los estudios de género, sobre todo para dar orden a mi trabajo con la figura de la Avellaneda, lo que me sirvió, por supuesto, para entender mejor también a Teresa de la Parra y su persistente búsqueda ontológica, marcada incluso por la dualidad y hasta por la multiplicidad. Sin hablar de Severo Sarduy, que va más lejos, y propone un mundo definitivamente liberador. Lo que pasa es que los estudios de género constituyen un cosmos enorme y lleno de posibilidades; así que, sin modestia alguna, más bien con absoluta responsabilidad, te digo que no soy una especialista en esos temas. Lo que no puedo negarte es haberme servido de ellos y admirar profundamente el trabajo de mucha gente (no sólo mujeres), que sí son especialistas, que sí han hecho aportes respetables.
En tal sentido me alegro muchísimo de haberlo hecho, sobre todo para no correr el riesgo de estar entre quienes desdeñan esa labor. Tal vez si no hubiera aprendido esas cosas si no hubiera llegado a ver la profundidad, la diversidad y la pertinencia de los estudios de alteridades y subalternidades, estaría pensando ahora que no hacen tanta falta. Y de paso, estaría ignorando que toda relación es una relación de poder-subordinación, que merece ser examinada permanentemente para que pueda aspirarse a una verdadera equidad. Es un debate, pero no el único que elucida y debe elucidar el individuo. Claro que se trata de una utopía, ¿pero hay algo que haya hecho crecer más a la humanidad que los sueños, las utopías, las especulaciones más atrevidas de sus mejores mentalidades?
Entonces sí, con frecuencia paso como una estudiosa del género y, por si fuera poco, como una feminista. A ciencia cierta no tengo nada contra el feminismo clásico, pese a sus “errores” y, conste, ninguna revolución ha carecido de ellos. No tengo nada contra quienes se enrolaron alguna vez en lo que se dio en llamar la emancipación de la mujer, como tampoco tengo nada contra la emancipación del hombre. Creo definitivamente en la emancipación humana, porque si no somos libres estamos acabados. Ahora bien, no me parece que yo sea una militante feminista. No me interesan las militancias, porque son generalmente rígidas. Hoy se habla incluso de un posfeminismo. No conozco los presupuestos de tal movimiento, así que no sé cuánto podré pertenecerle, o cuánto podrá servirle ese pensamiento al individuo mujer que intento ser.
Sí, que me asocien únicamente a ese trabajo es un equívoco, pero más grave de lo que pueda pensarse. Es señal de que estamos dispuestos muy rápidamente a poner etiquetas. A que se es de un solo modo, y para siempre. Y peor que eso, creo que estamos muy prejuiciados contra cosas que a veces ignoramos. Tenemos temor al debate. Todo lo que nos parece extraño es, de inmediato, rechazado. No me parece lógico rechazar un tema o un camino del saber, per se. Es necesario conocer al menos el enfoque, indagar en lo que busca, para atreverse a decir: esto no hace falta, o, esto no me hace falta.
En tal sentido me alegro muchísimo de haberlo hecho, sobre todo para no correr el riesgo de estar entre quienes desdeñan esa labor. Tal vez si no hubiera aprendido esas cosas si no hubiera llegado a ver la profundidad, la diversidad y la pertinencia de los estudios de alteridades y subalternidades, estaría pensando ahora que no hacen tanta falta. Y de paso, estaría ignorando que toda relación es una relación de poder-subordinación, que merece ser examinada permanentemente para que pueda aspirarse a una verdadera equidad. Es un debate, pero no el único que elucida y debe elucidar el individuo. Claro que se trata de una utopía, ¿pero hay algo que haya hecho crecer más a la humanidad que los sueños, las utopías, las especulaciones más atrevidas de sus mejores mentalidades?
Entonces sí, con frecuencia paso como una estudiosa del género y, por si fuera poco, como una feminista. A ciencia cierta no tengo nada contra el feminismo clásico, pese a sus “errores” y, conste, ninguna revolución ha carecido de ellos. No tengo nada contra quienes se enrolaron alguna vez en lo que se dio en llamar la emancipación de la mujer, como tampoco tengo nada contra la emancipación del hombre. Creo definitivamente en la emancipación humana, porque si no somos libres estamos acabados. Ahora bien, no me parece que yo sea una militante feminista. No me interesan las militancias, porque son generalmente rígidas. Hoy se habla incluso de un posfeminismo. No conozco los presupuestos de tal movimiento, así que no sé cuánto podré pertenecerle, o cuánto podrá servirle ese pensamiento al individuo mujer que intento ser.
Sí, que me asocien únicamente a ese trabajo es un equívoco, pero más grave de lo que pueda pensarse. Es señal de que estamos dispuestos muy rápidamente a poner etiquetas. A que se es de un solo modo, y para siempre. Y peor que eso, creo que estamos muy prejuiciados contra cosas que a veces ignoramos. Tenemos temor al debate. Todo lo que nos parece extraño es, de inmediato, rechazado. No me parece lógico rechazar un tema o un camino del saber, per se. Es necesario conocer al menos el enfoque, indagar en lo que busca, para atreverse a decir: esto no hace falta, o, esto no me hace falta.
Borroto: Permíteme insistir: ¿crees o no en las marcas de género en la literatura?
Oneyda: Tú sabes que he escrito un libro que se llama Las cinco y una noches, donde muchos de sus personajes son mujeres. Es un libro lleno de seres y aconteceres ingenuos, o que pueden tomarse por tales. Así que le puse un subtítulo aclarándolo: tomo de las ingenuidades. Y “tomo” no figura únicamente en el sentido de “volumen”; tomo también porque agarro, porque le robo a la vida esas escenas ingenuas, y las coloco allí. Definitivamente quedó como Las cinco y una noches: tomo de las ingenuidades. Porqué. Bueno, tengo una anécdota que puede explicarlo, aunque el suceso tuvo lugar después. Una tarde llegaron a mi casa dos señores del primer mundo: rubios, altos, profesionales de primer nivel. Uno arquitecto y el otro fotógrafo. Cuando preguntaron a qué me dedicaba, les dije, tímidamente, que a escribir historias. Un amigo, creyendo que me promovía, trajo el libro, se lo mostró, y poniendo énfasis, les comentó. “Es un libro sobre mujeres libres, fuertes y capaces de vencer a los hombres”. No sé de dónde sacaría eso, lo que sé es que estos señores ilustrados y refinadísimos del primer mundo, soltaron la más espontánea carcajada, y me dijeron: “Ah, es un libro de ficción, de ciencia ficción”.
Fíjate qué contrasentido. Yo me encargo de suponer algunas narraciones donde las mujeres buscan estrategias de éxito (de cualquier especie), y además lo consiguen. Las pude haber creado sobre la idea de que no siempre fuimos, somos o seremos víctimas, una manera de escapar al patetismo de la más tradicional visión de género. “Tretas del débil” o un modo de mirar desde otro ángulo: con el lente oblicuo. Pero lo cierto es que hay quien no lo cree. Hay quien le gustaría suponer que es así, pero tampoco está muy seguro, y hay otros que ni siquiera consiguen ver en ello una determinada lógica. O si no, porqué los rubios se ríen. Peor, porqué un amigo poeta me dice con sospecha, sin haberlo leído: “Se dice que tu libro es feminista”. Evidentemente no dejé las marcas más clásicas. Busqué un camino a contracorriente y de todos modos la gente busca el código, la señal que conoce: la marca. Nos guste, o no, creo que están en el imaginario más admitido. De modo que quien escribe (hombre o mujer), tiene que contar con eso. Lo que no creo es que alguien trabaje expresamente para dejar marcas (sexuales, raciales, regionales, nacionales, globales, X, Y…); pero indefectiblemente dejará alguna. Incluso para que alguien las niegue.
Borroto: Noto en "Seres en el Borde" una confesa intención narrativa. Puede ello estar asociado al homenaje a Severo Sarduy, en especial a La simulación, o a un especial resultado de la confluencia en ti de la poetisa, la narradora y la investigadora.
Oneyda: Por ambas razones. La primera, por el entusiasmo que me dejó la vecindad con esos textos y que se quedaron en mí, provocándome. Y no sólo textos de La simulación. También de El Cristo de la rue Jacob, ese tan extraño como divertido y sustancial librito. Cómo estar cerca de eso y no contagiarse. Ya ves, detrás de esas creaciones mixtas sí me fui, más que detrás de la narrativa propiamente dicha. Seres en el borde viene a aprovechar la energía que me quedó tras esa especie de montaje documental o testimonial que quise hacer en Escrito sobre un rostro. Claro que en este nuevo libro (ya más mío) hay acercamientos a otras figuras (Avellaneda y Teresa de la Parra) junto a la más consciente copia del estilo sarduyano, en cada uno de esos sueltos que precede a los “ensayos”. El título mismo tiene un juego de sentido (solamente visible en la portada); es precedido por una palabra inexistente: aconte. Como si le dijera al lector: este es el cuento de los seres en el borde. Mi cuento. Mi modo de narrar aquello que he visto en estos narradores. Creo que esa búsqueda representativa, simbólica, asociativa, y hasta lúdica, explica la segunda razón: las confluencias intergenéricas que de cualquier modo están en mí.
Oneyda: Confluencias, me parece muy atinado verlo así. Sin embargo, creo notar una especial preocupación por las estrategias narrativas no solo en la literatura. Tienes inédito, confiemos en que no por mucho tiempo, un estudio sobre el guión cinematográfico en Cuba; impartes un taller de dramaturgia en el ISA y te has acercado más de una vez a la escritura para el audiovisual. Hablemos un poquito de esta vocación, tanto por la imagen audiovisual como por sus peculiaridades al articularse en un discurso.
Yo tuve conciencia del mundo por obra de una fábula. Mis hermanos y yo nos sentábamos en las tardes hasta ver la caída de la noche entre los murmullos de la naturaleza. Esa es una hora mágica en el campo. No he vuelto a sentir la sensación de eternidad que se tiene durante esas anochecidas. Mi padre y mi madre nos cargaban sobre sus rodillas. Ella cantaba canciones folclóricas y él narraba historias. Era un narrador natural. No al estilo de Juan Candela, tozudo y amigo de hacerte creer un sucedido, o un no sucedido, como una verdad. Papi se aprovechaba de los cuentos tradicionales y los reelaboraba con una fantasía y una creatividad tremendas, sin importarle que creyéramos ciegamente en algo. La cuestión era entretenernos. Y la palabra se le daba sin dificultad, pero sobre todo se le daba el gesto. Así que el modo en que me acerqué a la imagen, no fue a través de la lectura en una biblioteca bien surtida. Puede decirse que el primer encuentro fue performático. Algo de improvisación, alguna sabiduría acumulada y un histrionismo totalmente espontáneo. Todo ello movió mis primeras emociones y perfiló una espectadora ferviente. Ahora que me haces pensar en ello, tal vez esa sea la razón por la que no soy exactamente una artista reconcentrada en una labor específica, sino más bien un ente andariego y curioso que se mueve por muchos rumbos. De modo que cuando tuve la oportunidad de poner mis ideas en un guión, lo hice con enorme placer. De vez en cuando me entraba vergüenza y me recriminaba, porque, a juzgar por mi formación no debía perder el tiempo en eso. No debía, pero lo hacía, hasta que tuve que tomármelo en serio. Tanto fue así que quise empezar por averiguar qué pasaba con el modo de narrar del cine cubano. Tuve la suerte de conseguir las opiniones de valiosos cineastas, críticos y guionistas; pero volví a pararme para dedicarle tiempo a proyectos literarios, y para preguntarme si definitivamente era algo tan importante en mi vida. Diez años después vino la recaída. En unos meses logré contactar a otros tantos cineastas, lo que junto a una nueva faena como guionista, terminó de impulsar el libro. Ahora he pasado un taller en la EICTV, he asumido el curso en el ISA que me divierte y me renueva increíblemente (justo porque los jóvenes no quieren saber de narración), y ya no voy a detenerme. Hasta he querido hacer un experimento con la dirección, que está a punto de salir. La culpa la tiene mi director más asiduo, que no quiso cargar con mi abejero.(2)
Borroto: En la entrevista para el libro Lectura en dos orillas, Roberto Manzano asegura que “el ensayo es un género proteico. [...] es como el eslabón perdido entre la ciencia y la poesía, la frontera de dos mundos que parecen muy separados. El ensayo es orgánico y rechaza de sí, como extraño, el actual lenguaje de la metodología conocida como científica, y que en verdad no lo es por su esquematismo academicista”. ¿Coincides con esta idea?
Oneyda: En buena medida sí. Sobre todo por eso del “esquematismo academicista” que tanto puede maltratar una expresión, cualquiera que esta sea. Pero, y válgame el eterno ejemplo, quién va a negarle poesía al grito de “eureka” salido de la sorpresa de Arquimedes en la bañera que se desbordaba sin remedio, mientras él sumergía su cuerpo. Así que, si fuera a ubicar el ensayo entre la ciencia y la poesía, sería viendo estas dos áreas del saber muy unidas, sirviéndose una a la otra. Efectivamente, el lenguaje científico puede traer una molestia y una sequedad incómodas; aunque hay escritores muy capaces de exponer la más exacta fórmula en términos preciosos y con juicios meridianos. Ahí está el Don Juan…, de Gregorio Marañón, ese médico que más parece un poeta; o ese texto de Maurice Maeterlinck: La vida de las abejas, que es una leción de suma fertilidad simbólica y alto nivel filosófico. Hay quien no consigue escribir así, ni siquiera exponiendo un tema concreto de la humanística. Son excepciones, claro está; por eso te digo que en general coincido con Manzano. Me gusta leer ese tipo de creaciones literarias. Yo misma busco la palabra limpia, hermosa y eficiente al escribir un “ensayo”. Pero cada vez estoy más convencida del valor de la investigación, de la observación activa, de la reflexión profunda y flexible, para conseguir resultados valiosos. Es un género difícil, porque no basta hacer un aporte acerca del tema elegido, no basta conseguir el hallazgo, hace falta expresarlo con belleza y argumentarlo con solidez.
Borroto:¿Cuánto de Tula hay en Oneyda? ¿Y de Teresa de la Parra? ¿Y de Sarduy?
Oneyda: De Tula me atrae su manera apasionada de amar, aunque ese fuera el centro de su tragedia. Todo ese teatro que fue su vida amorosa es sabidamente sobreactuado, pero increíblemente vívido. De Teresa de la Parra, me subyuga su elegancia, su manera de pararse ante el espejo hasta quedar poco menos que hipercodificada; y ese modo de tirarse lánguida sobre una tumbona con un libro en la mano, rodeada de tules y finuras, pero con una expresión sumamente irónica que te descubre la engañifa, la representación a que asistía. Te hablo primero de frivolidades, porque sospecho que las esperabas. Pero ahora voy en serio, en cualquiera de los tres encontré un sentido de libertad y de firmeza que me encantaría alcanzar. He querido tomar mucho más de eso que admitir deliberadamente su influencia. Cuando reconozco que estoy en la sensibilidad de un autor, trato de evitar cualquier parecido formal. Salvo en el caso de Severo Sarduy, a quien me atrevo a pedirle prestado, como ya he dicho. Pero es otra cosa. Además de ser una especie de ejercicio, un divertimento, siento como si él me autorizara, como si me diera su fruto en prueba de confianza. Las dos mujeres son autoras con un sentido de la obra más inclinado hacia la modernidad (aun Teresa de la Parra está dentro de esa idea), donde el arte todavía tiene aquella condición aurática. Habría que seguir muchos pasos para contar con ellas. Él no. De hecho, admite que su trabajo no es más que una nota al pie de la “oceánica” obra de Lezama. Se vanagloriaba de vivir en la Era Lezama. Se sentía una partícula al lado de semejante creación. Entonces yo lo sigo: copia, pastiche, lo que se quiera, y no me perturba. Por otro lado me parece que es un autor muy completo, que fue capaz de llevar mucho de lo que razonó y conceptualizó en el ámbito de la estética, al ejercicio práctico de su creación simbólica. Eso es, a mi juicio, admirable. Es como destilar a un mismo tiempo y por el mismo filtro, ciencia y poesía. Me gusta además el modo en que Severo interactúa con el lector, toda esa práctica del estructuralismo que cultivó de modo muy personal. Y era difícil, estando cerca de mentalidades tan majestuosas como las de Roland Barthes, o de Julia Kristeva, por ejemplo. Lo aprecio mucho, y con los límites que debemos poner a toda experiencia ajena, es una ganancia que quiero aprovechar. Pero tal vez lo prefiera por ser el más cercano en el tiempo y el espacio. Fíjate que cualquiera de sus dos casas en esta ciudad, la que está en Padre Valencia (donde nació), y la que está en Bembeta (plaza omnipresente dentro de su narrativa), son vecinas, a unas escasas cuadras de la mía, del sitio exacto desde donde ahora mismo respondo tu cuestionario.
Entrevisto: María Antonia Borroto Trujillo
[Autorizado por la autora ver tambien: http://bit.ly/sRX06]
Notas:
1) “Existió siempre en la ciudad de Camagüey, un ambiente de tertulia, de pequeñas representaciones teatrales, de bibliotecas privadas…” José Lezama Lima: Antología de la Poesía Cubana. t. II, Consejo Nacional de Cultura, La Habana,1965.p.71.
2) El documental utiliza a las abejas como una metáfora de la sociedad humana.
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